martes, 18 de agosto de 2015

El pingüino y el charrán

Érase una vez un pingüino que como todos los de su especie, no podía volar; a diferencia de los demás, él se preguntaba por qué se había cometido esa injusticia con los suyos.
Mientras sus amigos y familia charlaban sobre cosas del Polo como la temperatura del agua, el estado del hielo o la pesca del día; él siempre sacaba su inquietud a conversación pero nunca conseguía respuestas, no era una preocupación para los demás.
No era infeliz siendo pingüino, pero se moría de envidia cada vez que veía algún albatros surcando el cielo.
Un día, mientras paseaba con su gracioso caminar encontró un pájaro posado sobre el frío suelo y como buenamente pudo corrió hasta donde se encontraba, iba decidido a pedirle lecciones de vuelo.
Llegó a su lado y se presentó, de la emoción disparó la pregunta sin que el otro ave pudiese haber abierto el pico siquiera, "¿podrías enseñarme a volar?"
El otro pájaro rio suavemente y se pronunció al fin: -Encantado, soy un charrán. Me encantaría poder enseñarte lo que me pides, pero es imposible por dos cosas, la primera es que eres un pingüino, podrías batir con toda la fuerza del mundo tus aletas y no conseguirías elevarte lo más mínimo; la segunda es que tengo un ala rota, yo tampoco puedo volar ya, todos los míos han migrado y no he podido seguirlos.
-Pero entonces...- comenzó a decir el pingüino.
-Sí -sentenció el charrán- son cosas que pasan.
Al pingüino le cambió la cara, sus ojos tornaron vidriosos y se llenaron de compasión mientras en sus adentros crecía la consciencia de su metedura de pata a la par que la culpabilidad.
El charrán percatándose de lo que por la cabeza de su interlocutor pasaba continuó hablando.
-Verás pingüinito, la vida es así, no elegimos lo que nos pasa al igual que tú no elegiste ser pingüino. Puedes hacer muchas cosas, a decir verdad siempre he envidiado como buceáis. Incluso podrías hacer un vuelo adaptado. He visto a otros hacerlo, has de buscar una pendiente de hielo que finalice en precipicio, si te deslizas por ella en el momento que caigas al agua sentirás como si volaras.
El pingüino sólo pudo pronunciar "eres muy sabio".
El charrán sonrió -he vivido y viajado mucho ya, ahora deberías irte, es tarde y estoy muy cansado...
-Será la última vez que te vea, ¿no?- dijo con tristeza el pingüino
-Sí, lo será, pero espero vernos mucho en tus recuerdos.
-Cada vez que vuele pensaré en ti.
Así cumplió su promesa, cada una de las muchísimas veces que se dejó caer al agua se acordaba de aquel pájaro, no sólo le había enseñado a volar, también aprendió a vivir con lo que le tocó, adaptándo a ello sus deseos.

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