venres, 13 de novembro de 2015

El conejito y el temporal

Aquel conejito sabía que la tormenta pasaría, que lo único que podría hacer sería dejar que la poca luz que el sol arrojaba entre los nubarrones entrase por la puerta de su madriguera.
                No sabía en qué momento había comenzado aquel temporal, si fue de golpe o si las nubes se habían ido acumulando a los pocos, si había chispeado previamente o de repente comenzaron a caer los calderos de agua que ahora estaban empapando su bosque. No era la primera, ni la vigésima vez siquiera que aquello pasaba, por eso la tranquilidad estaba de su lado; tiempo es la solución para los fenómenos incontrolables. Todo pasa y nunca llovió que no escampara, pero reclusión en su pequeño agujero era lo que le quedaba de momento. No podría dar brincos los siguientes minutos, tal vez horas, incluso había llegado a vivir esa situación durante días.
                Espera ansioso que se disipe la tormenta, aquel gazapo había aprendido que el sol brilla con mucha más fuerza cuando consigue lucirse tras haber sido ocultado, como si tuviera la necesidad de fanfarronear, que  las flores recién regadas se muestran bellísimas cuando las tocan los rayos que consiguen hacerse hueco entre las nubes y van poco a poco ganándole la batalla a la oscuridad.

                El conejito lo veía todo gris, hasta la flor más coloreada sólo parecía de distintos matices comprendidos entre el blanco y el negro en ese momento, pero él sabía perfectamente que aquel bosque no era así, que algo ajeno a él lo estaba oscureciendo en su visión,sin darle siquiera la posibilidad de hacer algo por evitarlo más que dejar que pasara; la paciencia era una virtud que había ido adquiriendo a base de chaparrones, confiaba en que sería muy pronto cuando volvería a ver todos los colores escondidos, que podría saltar el arcoíris que aparece tras parar la lluvia.