mércores, 30 de decembro de 2015

No te pares II. Optomismo

Despertó sobre su catre de hojas, impregnada en rocío y pagando la factura del desgaste físico acumulado y la poca confortabilidad de su lecho. El esfuerzo de sus piernas cansadas se había transformado en dolor, como si cientos de cristales las hubiesen rellenado. Cuando se puso en pie se percató de que el árbol con el que había mantenido una conversación el día anterior no estaba ahí, no se sorprendió pues estaba convencida de que aquello había sido un sueño o incluso una alucinación a causa de la deshidratación y el cansancio.
Miró hacia todas partes, “¿y ahora qué?” pensó. La respuesta era evidente, tenía que ponerse en marcha, no se podía quedar allí, sola en mitad de ninguna parte, decidió que su destino lo marcarían sus necesidades, siendo agua la primordial en aquel momento, por lo que agudizó su oído para localizar de dónde provenía el sonido de agua zambulléndose en agua, allí cerca tenía que haber una cascada.
Así echó a andar, cada paso le producía dolor, pero aún tratándose de algo irreal las palabras de aquel árbol la habían marcado. Hasta que tropezó. Pensó que se había debido a un flaqueo de sus piernas, vio que su pie había chocado contra un montículo de tierra, como si algo hubiera sido desenterrado. Lo vio claro, aquel árbol no había sido una fantasía, era real, se había conseguido marchar de allí dejando un rastro de tierra removida tras él. ¿Cuánto tiempo había dormido, y cómo de profundo había tenido que ser su sueño para ni inmutarse ante los evidentes ruidos que aquel vegetal había debido generar?
Al darse la vuelta para observar mejor las oquedades evidentes a segunda vista, encontró algo brillante medio soterrado. Enganchó una pequeña barra metálica y al tirar descubrió que se trataba de unas gafas. Unas gafas espantosas, con rosados cristales tintados. ¿Serían de aquel árbol? La situación se volvería más extraña en el momento que una aguda y chirriante voz le habló.
-Tss. Tú. Menos mal que te encuentro aún aquí, hubiera incumplido la misión de esperar a que despertaras.
Ella miró hacia todos lados. El sonido provenía de lo alto, por lo que buscó otro árbol antropomorfo, y mientras su cabeza giraba continuó la vocecilla hablando.
-Aquí, detrás de ti, en la rama- medio suspiró la ardilla que pronunció esta frase.
Se cruzaron sus miradas. Siempre le habían gustado ese tipo de animalitos, aunque era la primera vez que se encontraba con uno parlante, pero tras lo del árbol era de las pocas personas que podías asegurar que la perfecta comunicación con roedores no era lo más impresionante que había vivido.
-Bueno, veo que ya te marchabas, menos mal, he estado lunas y soles aquí esperando a que abrieras los ojos y justo lo haces el día que no me pueden traer las nueces y tengo que ir yo a por ellas. Me han dejado instrucciones para ti, son sencillas; ponte esas gafas y corre.
Un animal de pomposa cola le estaba dando órdenes.
-¿Me entiendes si te hablo?- preguntó ella insegura de que aquella frase fuera a tener una respuesta.
Asintió la ardilla, mientras enganchaba la nuez que tenía a su lado con las dos manitas y le hincaba sus pronunciados incisivos.
-¿Y el árbol que estaba aquí ayer? ¿Qué son estas gafas? ¿Tú por qué puedes hablarme y entenderme?- hubiera seguido lanzando preguntas de no ser por la irrupción entre cuestión y cuestión del animal.  
-Calma, calma. ¿Eres consciente de que esta nuez triplica el tamaño de mi cerebro? Déjame procesar. Verás, ayer ese árbol ya no estaba ahí. Hace bastante que arrancó- soltó una molesta risita, adecuada para la punzante voz que tenía- dejó ahí ese regalo para ti, con el mensaje del que soy portadora de que te las pongas y corras. Lo de que podamos mantener esta conversación lo entenderás a su debido tiempo, pero resulta absurdo que me hagas esta pregunta a mí y no a un ser aparentemente carente de corazón como es un árbol.
La pedantería de aquel animal le resultaba un tanto insoportable. Pero decidió seguir el consejo. Se puso las gafas.
Descubrió un nuevo mundo, el lúgubre y sombrío bosque pasó a convertirse en un lugar digno de cuento fantasioso, donde las copas de los árboles lucían unos llamativos y vivos verdes, el suelo no era tierra, sino la más acolchada de las hierbas, podía ver flores de todos los colores ornamentando el suelo, vio hacia la ardilla y ésta tenía aspecto de dibujo animado, unos enormes y brillantes ojos negros, un par de gramos más y una cola con un aspecto más suave y mullido.
-Está todo precioso.-Fue lo que alcanzó a decir.
-De eso se trata, los cristales de esas gafas están hechos para suprimir lo malo, para mostrarte lo mejor de todo lo que a través de ellas veas. Y en este camino te hará falta; hay zonas del bosque en las que incluso con ellas puestas el miedo te invadirá, pero sin ellas sería inviable que consiguieras salir de aquí. De lo que te encontrarás luego no puedo hablarte, pues es desconocido para mí.
-Si me encanta como se ve todo… ¿pero no tengo un aspecto absurdo con ellas? ¿Y si me ve alguien?  
-Tienes puestas en la cara unas gafas que te hacen ver las cosas en su mejor forma… ¿y te va a importar lo que pueda pensar el resto?- Dijo el roedor mientras dejaba un momento de mordisquear la cáscara de la nuez.
Se sintió estúpida. Aquella ardilla tenía más sentido común que ella. Optó por no responder, no se podía permitir quedar peor ante aquella situación.
-Hazme caso te ayudarán a rebajarle dureza a la realidad, serán necesarias.
-¿Algo más que añadir antes de que cumpla el último de tus avisos?-Preguntó, ansiosa por levantar los pies y ver qué más cosas podría mejorar con aquella absurdez sobre los ojos.
-No, salvo tal vez recomendarte que no te pares; y si te paran, recuerda que en tu ayer había un árbol donde tus pies se encuentran ahora.
Miró sus pies, con aquellas gafas no se veía ni un solo rasguño. Levantó uno, en cuanto tocó el suelo el otro lo imitó, y así echó a caminar.


…continuará…

venres, 18 de decembro de 2015

Ejercicio de EMpatía

Abres los ojos, es la hora de la pastilla. Antes de levantarte hay que hacer los estiramientos de piernas pertinentes, pues como todos los días las piernas son las más dormilonas, y está demostrado que si las haces levantarse sin estar preparadas te dejan vendida, vendida y en el suelo.
Vas al baño y desayunas, siempre en ese orden, pues si no vas a estar pegando saltitos con las piernas pegadas desde que pones el primer pie en la cocina, cosa que pasa cuando el baño está ocupado. Desayunas con tranquilidad y te vistes, es la hora de ir al gimnasio, pero qué pereza, ¿no?, si ya estuviste ayer, y anteayer, y la semana pasada… da igual, el resultado si no vas repercutirá, y mucho, en las horas venideras. Antes de salir de casa acuérdate de esperar un rato y “hacer ganas” vamos, que pases por el baño si no quieres empezar a hacer deporte cargada con la bolsa del gimnasio corriendo hasta allí.
Bueno, ya estás con tu modelito chandalero, empezamos con un poco de cinta. Por suerte a primera hora hay poca gente por ahí, la gente te va a mirar preguntándose qué hace esa tía con el pedo que lleva andando en la cinta. Subimos velocidad y echamos a correr, curiosamente nos resulta más fácil los primeros minutos, pero no todo va a ser tan bonito. A medida que te cansas, tus ojos lo hacen más, se deben de aburrir de ver lo que tienen en frente y deciden reducir la producción: “con que distinga un poco las figuras y los colores le sobra”. En algún momento una de tus rodillas, o las dos, te va a dar el aviso de que vayas parando, que en cualquier momento para de trabajar también. Obviamente le haces caso y cambias de tarea tras haberte echado agua fría en nuca, muñecas y sienes, y sentarte unos minutos, por la vista calibras cuando estás listo para seguir. Continúas y te vas llevando pequeñas alegrías relacionadas con tu mejoría; que si aguantas un poco más, que si tienes más fuerza…. Acabas, estás totalmente machacado pero no fatigado, enhorabuena, objetivo cumplido. Haces el cuarto-quinto y último pis en el gimnasio y para la facultad, que el día no ha hecho más que empezar.
Llegas a la facultad tras haber usado muchas escaleras, recurso arquitectónico del que nunca te podrás fiar al 100%, sobre todo si son de bajada, tú echas un pie pero este está indeciso sobre si apoyarse en el siguiente peldaño, lo ayudas agarrándote a la barandilla para obtener un plus de seguridad, ya que hay veces que no le apetece bajar y decide dejar de existir, tu tobillo o tu rodilla no está, tu pierna pasa a ser una avanzada partida de jenga. Pasas por el baño antes de entrar al aula para no interrumpir luego la clase, esto a veces sale bien y otras no. Comienza la clase, vas atendiendo y siguiendo, estás cogiendo apuntes, pero la velocidad del profesor es siempre superior a lo que tu cabeza puede procesar, te has quedado una frase atrás de lo que está diciendo ahora, y ya no te acuerdas de cómo continuaba aquella. Dejas el bolígrafo y te pones a intentar atender solamente, ya pedirás los apuntes. A falta de 20 minutos para acabar, ring ring, te suena la alarma del servicio otra vez, haces cábalas de si aguantarás lo que queda o no, la clase está llena de gente, y te da vergüenza ser quien siempre interrumpe, sale por la puerta en plena explicación y vuelve a los 3 minutos sin la cara de angustia con la que salió; por lo que procuras aguantar y centrarte en la clase, pues cuanto más piensas en ello más ganas te entran. Al acabar la clase, pasas por el baño independientemente de si has salido o no antes, y te vas para casa. Te sientas un buen rato en el sofá hasta hacer hambre, y aprovechas para beber como si no hubiese mañana, pues llevas toda la mañana aguantándote la sed para no ir todavía más al servicio.
Te haces la comida; pescado azul, pollo, pavo o totalmente vegetal. Esto es opcional, pero si te dicen que es lo mejor procuras hacer caso a todo este tipo de cosas. Comes. Qué sueño. Toca fregar. Estás deseando tumbarte, o por lo menos estar sentado, no estar de pie delante del fregadero, pero lo haces. Visita al baño antes de marchar y de vuelta a clase, la asignatura no tendrá que ver en absoluto con la de la mañana, pero tú la vives igual. Te pierdes, deseas que acabe, te frustra el folio que tienes delante rematado con una frase a medias.
En función del día acabas a una hora o a otra, aprovechas horas huecas que tienes para ver algo los apuntes que tienes de otro año, pues con los tomados por ti no ibas a llegar lejos y menos a partir de las 5 de la tarde, cuando ya tienes que leer cada frase 3 veces para encontrarle un sentido.
Acaba la jornada de facultad. Te vas para casa, has ido al baño antes de salir obvio, pero debió tratarse de una de las famosas micciones incompletas, vamos, se ha cortado cuando solo se habían vaciado tres cuartas partes del depósito, una pequeña cantidad pero que hace sentir que está completamente lleno, falta nada para llegar a casa y de tu cabeza no sale el “no llego”, siempre acabas llegando, pero el malestar no te la saca nadie.  Bendito momento el de llegar a casa, ponerte el pijama, cenar para tomar la segunda pastilla y enganchar el sofá, llevabas desde que abriste los ojos pensando en este momento. Se ha acabado tu día, mañana será otro distinto, pero muy parecido.
Esto es lo que yo llamo la “base del día”, luego llegan los extras, ir al supermercado, poner una lavadora, ir a tomar algo, pasear al perro, escribir en el blog…
A lo mejor parece fácil; pero no, os aseguro que no.
Os animo a hacer este ejercicio de empatía, tal vez os ayude a comprender mejor que no soy vaga, ni casera, ni sosa. Que simplemente hay muchos días en los que no me da el presupuesto para añadirle extras, incluso que hay días en los que no tengo ni la masa de la base, días de comer harina a cucharadas.

                                                                               18 de diciembre, Día Nacional de la EM.

martes, 1 de decembro de 2015

No te pares I

Corría, sin parar. Su respiración ya se entrecortaba, el sudor resbalaba por su frente, las plantas de los pies presentaban heridas y rasguños; al igual que una de sus rodillas, magullada tras un tropiezo en el que topó el suelo.
No sabía cuánto tiempo llevaba huyendo a la deriva, pero sí recordaba la sombra negra que pretendía engullirla que le hizo echar a correr. Su indumentaria la delataba, no era la propia de una persona que sabe que va a tener que correr. Un camisón de papel de los que se ata a la espalda era lo que la cubría y ni tan siquiera iba calzada.
Tuvo que parar, no podía más. Sus piernas fallaban y su respiración no aportaba el suficiente aire a sus pulmones. En cuanto se detuvo se desplomó en el suelo, y desde ahí vio donde se encontraba, el sitio al que había llegado. Era un lugar desconocido, se hallaba en un sombrío bosque donde las espesas copas de los árboles impedían que los rayos de luz se adentrasen; olía a naturaleza y humedad; los ruidos que se escuchaban eran muchos aunque se acompasaban a la perfección. Parecía sin duda un lugar tranquilo y no tenía la sensación de que nada la hubiese seguido hasta allí. Tras un tiempo en el suelo recuperando el aliento, se puso en pie. Estaba totalmente perdida, no sabía cómo había llegado hasta allí, pero tampoco sabía si podía volver al lugar del que había escapado. Continuó andando, se sentía a salvo y como no sabía a donde iba lo último que tenía era prisa. Su recorrido no era un sendero marcado, se movía entre los árboles; sobre tierra, piedras y raíces.
-¡Chica! ¡Chica!- escuchó. Miró hacia todos lados, no había nadie a la vista. Se asustó, sin alarmarse, pues sabía que aquella vocecilla no provenía de lo que había estado huyendo.
-¡Aquí! ¡Yo!- Vio un árbol sacudiendo sus ramas, como si la estuviese llamando. Viéndolo así se dio cuenta de que aquel árbol no era como todos los demás, era muchísimo más bajo; su ramaje era escaso, sólo tenía dos largas ramas, una a cada lado; y en su copa se podía ver como las hojas dibujaban una cara, un femenino rostro humano sin duda.
Se acercó más al antropomorfo árbol, mirándolo de arriba abajo, analizando cada uno de sus detalles; estaba claro que aquella planta estaba más cerca de ser una persona que un árbol.
-Sé de qué estás escapando- dijo el árbol con tono comprensivo- yo también he huido de ello, me cansé de escapar y finalmente me atrapó, convirtiéndome en esto que ves, un ser anclado al suelo. Pero no, no quiero verte esa cara- añadió al ver que los ojos de la chica tornaban tristes, compasivos y asustados- he hecho muchos progresos, mira- señaló al suelo con sus ojos y le mostró como era capaz de mover sus raíces, dando unos pequeños pasos que las acercaron más-. ¿Ves? Hace unos días esto era impensable, pronto podré volver a correr para escapar.
La chica no entendía nada, había echado a correr por el hecho de estar asustada, no sabía qué era aquella cosa monstruosa, solo que no quería volver a encontrarse con ella.
-Pero entonces, ¿aquí tampoco estoy a salvo?-Dijo la joven.
-En ningún lado estarás a salvo lamento comunicarte, es por eso que no debes pararte; cuanto más te muevas, menos posibilidad de que te atrape tendrás.-Sentenció aquel árbol, que cada vez tenía forma más humana para la chica.
-¿A dónde voy?- preguntó entre sollozos.
-A todas partes, olvídate de tu destino, el camino es lo importante, las cosas y personas que encontrarás. Debes correr, andar si estás cansada, nadar si necesitas refrescarte, gatear cuando las fuerzas no te den para más, disfruta los momentos y lugares a los que llegues pero acuérdate de huir un poco cada día. ¿Cuánto llevas corriendo?
-No lo sé, he perdido la noción del tiempo al igual que me he perdido a mí misma en este bosque- gimoteó.
-No estás perdida, has llegado a donde tenías que llegar para que te dijera lo que te tenía que decir. Ahora has de descansar, has huido mucho por hoy y mañana será otro día de carrera.
No había entendido nada que no fuera el “descansa”, el sueño se apoderaba de ella y la fatiga había relajado su cuerpo, por lo que no le importó el fresco que hacía, en el momento que se tumbó sobre aquella cama hecha de hojas, cerró los ojos y durmió.



                                                                                                              …continuará… 

venres, 13 de novembro de 2015

El conejito y el temporal

Aquel conejito sabía que la tormenta pasaría, que lo único que podría hacer sería dejar que la poca luz que el sol arrojaba entre los nubarrones entrase por la puerta de su madriguera.
                No sabía en qué momento había comenzado aquel temporal, si fue de golpe o si las nubes se habían ido acumulando a los pocos, si había chispeado previamente o de repente comenzaron a caer los calderos de agua que ahora estaban empapando su bosque. No era la primera, ni la vigésima vez siquiera que aquello pasaba, por eso la tranquilidad estaba de su lado; tiempo es la solución para los fenómenos incontrolables. Todo pasa y nunca llovió que no escampara, pero reclusión en su pequeño agujero era lo que le quedaba de momento. No podría dar brincos los siguientes minutos, tal vez horas, incluso había llegado a vivir esa situación durante días.
                Espera ansioso que se disipe la tormenta, aquel gazapo había aprendido que el sol brilla con mucha más fuerza cuando consigue lucirse tras haber sido ocultado, como si tuviera la necesidad de fanfarronear, que  las flores recién regadas se muestran bellísimas cuando las tocan los rayos que consiguen hacerse hueco entre las nubes y van poco a poco ganándole la batalla a la oscuridad.

                El conejito lo veía todo gris, hasta la flor más coloreada sólo parecía de distintos matices comprendidos entre el blanco y el negro en ese momento, pero él sabía perfectamente que aquel bosque no era así, que algo ajeno a él lo estaba oscureciendo en su visión,sin darle siquiera la posibilidad de hacer algo por evitarlo más que dejar que pasara; la paciencia era una virtud que había ido adquiriendo a base de chaparrones, confiaba en que sería muy pronto cuando volvería a ver todos los colores escondidos, que podría saltar el arcoíris que aparece tras parar la lluvia.

martes, 20 de outubro de 2015

Escleroversario

Hoy no traigo una fábula, ni un cuento, ni una conclusión, ni ninguna mentira de las que acostumbro últimamente a colgar en este blog, hoy os traigo un recuerdo real. Dudo que mucha gente se acuerde de qué estaba haciendo el 21 de octubre de 2014, yo sí, estaba ingresada en un hospital, fue el día en que lo que me estaba trastocando la vida tuvo nombre, fue el día que me dijeron que tenía esclerosis múltiple.
                Entera me mantuve cuando oí su nombre, era como un cristal astillado en cientos de miles de pedazos, un cristal astillado a través del que se podía ver una silla de ruedas. La primera idea que se me pasó la cabeza, la primera idea que duró lo que a mí me pareció una eternidad. Lo siguiente que me dijeron fue que me iban a hacer una punción lumbar, fue como si una mosca se hubiese posado en aquel desquebrajado cristal y todas las pequeñas piezas que lo formaban se cayesen sin dejar rastro de integridad alguna. Comencé a llorar, creo que en mi vida lo había hecho con tantas ganas, podía saborear las lágrimas ya que necesitaba coger aire por la boca para no ahogarme; nunca había sentido que la vida pudiese ser tan injusta, jamás se me había pasado por la cabeza que eso me pudiese ocurrir a mí y sobretodo pensaba, ¿por qué yo?
                Llegaron los consuelos; que podría llevar una vida normal, que estábamos en 2014 y la medicina había avanzado mucho en este campo, que ya sabía que eso podía ser, que estaba respondiendo bien a los corticoides... . Como quien oye llover, yo seguía llorando. Ira, rabia, impotencia, tristeza… todos esos sentimientos indeseables que por fortuna solemos tener por separado, se cocían en mi interior. Sólo quería gritar y llorar, y eso estuve haciendo durante mucho rato, horas, hasta que se me acabaron las lágrimas, hasta que me escocieron los ojos. En ese momento no sabía qué hacer, estaba desahogada y ya no era capaz de seguir llorando, única medida que había tomado hasta el momento, y decidí aferrarme a las palabras que había dicho la neuróloga mientras parecía que no le hacía caso. No me las llegué a creer de todo, nunca había estudiado nada de la enfermedad, no sabía qué era exactamente, la conocía como la enfermedad de la silla de ruedas, pero pese a eso empecé a pensar en que me gustaría aprovechar al máximo todo el tiempo que me quedase.
Ahí empezó un brote distinto al que estaba padeciendo, un brote de optimismo y positividad, un brote que siguió y sigue creciendo.
Tras el tiempo que pasé llorando ningún médico se acercó a mi habitación a decirme que había conseguido disolver en agua salada la enfermedad, había que abordarla de otra manera, empecé a leer, a conocer, a aprender y por lo tanto empecé a acostumbrarme, a perderle el miedo, a volver a vivir. No fue un proceso fácil, no sabría decir cuánto fue exactamente el tiempo que me llevó, pero lo conseguí.
He aprendido mucho en el último año, dicen que los golpes son una buena manera de memorizar, las heridas y las cicatrices son una marca de las lecciones aprendidas y yo tengo una resonancia llena de ellas que avala que así ha sido.

mércores, 7 de outubro de 2015

La oruguita

-¡Bien niños! Esto es muy fácil, coged las 6 agujas de calcetar con vuestras patas útiles y comenzamos. Cogemos el hilo de seda lo enrollamos a 3 de las agujas, pasamos una vuelta bajo el nudo hecho con ayuda de la tercera pseudopata, pasamos de nuevo el hilo por la segunda aguja mientras con la cuarta pata útil pasamos el hilo por dentro del bucle…- aquella mariposa hablaba rápido, pero trabajaba aún a mayor velocidad. Había algo peor para la oruguita de la tercera fila que no ser capaz de seguir a la maestra que le habían asignado, era ver como todos los demás sí que la entendían, seguían y habían comenzado a cubrirse con la crisálida.
Sus patas eran torpes, su coordinación peor aún, su angustia no paraba de crecer; cuando se dio cuenta se encontraba rodeada de un montón de larvas. Allí estaba ella, sola. La mariposa no lo había explicado mal, ella era la única que no la había entendido y se encontraba rodeada de un montón de pruebas de que así era. ¿Por qué ella no había sido capaz?
Aún así insistió, intentó de todas las maneras posibles tejerse la cubierta. No lo conseguía. Sólo alcanzaba a hacer pequeños trozos con agujeros gigantescos, nudos que obligaban a reiniciar la labor, problema tras problema se colmó el vaso de su paciencia, soltó las agujitas y rompió a llorar sin consuelo alguno. Se alejó de allí, no quería ver el último paso de la metamorfosis de sus compañeras, ver como todas volaban mientras ella continuaba siendo un rastrero insecto. Por un alto tallo comenzó a subir, y a subir, y a subir más, hasta encontrar una hoja de su agrado y sobre ella se enrolló y continuó llorando hasta que su llanto se convirtió en sollozo, hasta que ya sin lágrimas sólo conseguía gimotear. En este momento fue cuando escuchó “Oruguita triste, ¿qué te pasa?” una voz desconocida y con un acento peculiar se dirigía a ella. Levantó su rechoncha cabecita y vio una colorida mariposa batiendo sus alas enérgicamente. Nunca había visto ninguna igual, no era de su especie, ni tan siquiera de su zona por lo que fijamente la analizó en silencio.
-¿Por qué lloras oruguita?- Volvió a pronunciar la mariposa.
-¿No es evidente? Mira en qué época estamos y cómo estoy aún, no podré volar.
-¿Quién te ha dicho eso?- Preguntó extrañada la mariposa.
-Nadie, lo sé yo.
-Estupendo, porque no debes dejar que nadie te diga  jamás que no puedes hacer algo. Sólo nos falta hacer que entiendas que ni tú misma puedes decirte eso.
Como siempre las mariposas y su pedantería, sus aires de grandeza, su falta de consideración al no entender que no todos eran como ellas.
-¿Qué sabrás tú? Déjame –dijo la oruga con un tono que mezclaba ira y tristeza.
-Sé que me llevó 3 días aprender a tejer mi crisálida, vi la transformación de mis allegados; incluso pude ver como a un íntimo amigo lo atrapaban en un bote al poco de echar a volar, mientras yo lo envidiaba por aquellos escasos aleteos que había conseguido efectuar y que pensaba que yo nunca daría. Ni tú mismo te puedes limitar.
Cambió su estado, ya no lloraba, sólo sentía admiración. Su mirada quedó fijada en la mariposa y tras poner una cara de curiosidad la mariposa se dio por aludida en que debía proseguir con su discurso.
-No sé por dónde continuar, te he contado todo ya, pero tal vez en la simplicidad de los hechos encuentres el mejor argumento. Una hora, siete, sesenta, setenta y dos, qué más da, lo importante es que al final lo conseguí, con trabajo, sudor y lágrimas lo conseguí, al igual que lo lograrás tú si no arrojas la seda.
-¿Me ayudarás?- Preguntó con una ilusionada voz la rechoncha oruga mientras sobre sus colorados mofletones los ojos le brillaban.
-Te puedo echar un ala, pero tú y sólo tú puedes crear tu crisálida. Puedo darte algún consejo, pero la labor has de ser tú quien la ejecute.
Fue así como poco a poco la oruguita tejió bajo la supervisión de aquella mariposa su traje a medida, no fue una labor sencilla, hubo momentos de debilidad, hubo lágrimas, momentos de querer abandonar, pero finalmente lo consiguió. Cuando le faltaba poco para arroparse por completo y siendo consciente de que en breves habría un periodo de letargo, agradeció a la mariposa su apoyo y ayuda, incluso le preguntó que cómo podría devolverle el favor, a lo que la mariposa replicó: - Es sencillo, nunca digas a nadie que no puede hacer algo, y sobretodo nunca te lo digas a ti mismo. Costará más o menos, pero siempre podrás. Te dejo descansar, esas alas no van a nacer sin reposo, nos vemos en tu próxima fase, oruguita feliz.

Con una sonrisa más grande que sus futuras alas consiguió acabar de cubrirse, con mucho esfuerzo y tiempo, pero lo consiguió. 

martes, 25 de agosto de 2015

La cebolla hace llorar

El otro día me sucedió algo increíble, estáis en vuestro derecho de no creer lo que ahora os voy a contar, pero espero un acto de fe.
Se acercaba la hora de hacer la comida, así que me dejé caer por la cocina a ver qué se me ocurría, al abrir la nevera en busca de inspiración una cebolla pegó un salto desde su estante y salió corriendo usando sus decenas de raíces como patitas; la puerta de la cocina estaba cerrada así que se llevó un golpe que me dolió hasta a mí y la dejó inmóvil en el suelo (desconozco si las cebollas tienen buena visión, pero tras lo ocurrido imagino que no demasiado).
Cuando reaccioné me acerqué y la cogí con la mano, entonces con una aguda vocecita comenzó a gritar: ¡déjame marcharme, suéltame humana!
Yo no daba crédito ante una cebolla que me reclamaba la libertad, asustada la lancé a la mesa y me alejé quedándome pegada a la encimera; era una cebolla, lo sé, pero si había conseguido correr y pronunciar algunas palabras no sabía de qué más sería capaz aquella hortaliza.
Observaba atónita lo que estaba ocurriendo, la cebolla se acercaba a los bordes de la mesa y hasta parecía que intentaba medir la altura de ésta.
La situación era suficiente para asumir que había perdido el norte, pero lo siguiente que hice ya fue para encerrarme en un manicomio, alcancé decir unas palabras con voz temblorosa, fueron "¿Qué haces?"
-Quiero marcharme de aquí, el tomate me lo ha contado todo.- Su vocecita tenía un tono que mezclaba tristeza y rabieta.
Yo había llegado a un punto en el que no me importaba parecer un poco más loca si cabía, por lo que proseguí con la conversación.
-¿Qué te ha dicho? ¿Es por lo de que sois comida?
-No es eso, ser comida es un orgullo para nosotros; desde que estaba en la huerta hasta que me escogiste en la frutería yo no podía parar de entusiasmarme con la idea de formar parte de un plato. Cuando se lo conté al tomate el otro día, me dijo lo que iba a pasar, que te iba a hacer llorar cuando me cortaras.
La situación ya me parecía totalmente normal y estaba empatizando con aquella cebolla.
-Lo sé -le dije- no eres la primera, debes creerme cuando digo que me valen la pena unas lágrimas, me encantas- intenté consolarla.
-Pero yo no quiero molestar, me siento mal sabiendo eso.
-No sabes cuánto te entiendo... a mí me pasa mucho, doy problemas sin querer, pero he entendido que pese a todo me escogen. Yo podría haber comprado un puerro, por ejemplo, pero aunque me puedas hacer llorar un poco es más lo que me das de lo que me fastidias.
Me acerqué a la mesa, tendí la palma de mi mano en el borde y la cebolla se subió a ella.
-No te preocupes por nada, todo va a ir bien- dije para tranquilizarla mientras con mi dedo índice la acariciaba.
-Sólo espero tener un sabor delicioso y que tus lágrimas no sean en vano- habló por última vez.
-Simplemente tienes que ser como eres, por eso te escogí en su momento. Hoy vas a acompañar a la lechuga, tú sola, sin tomates entrometidos.
Saltó de mi mano y rápidamente se colocó sobre la tabla de madera, por fin había llegado su gran día.

Imagino que todos nos hemos sentido como ella alguna vez y no hemos visto más allá de los inconvenientes que podamos dar en momentos puntuales, olvidándonos de que pese a todo muchos quieren que sigamos aportando sabor a esa ensalada que es su vida.

martes, 18 de agosto de 2015

El pingüino y el charrán

Érase una vez un pingüino que como todos los de su especie, no podía volar; a diferencia de los demás, él se preguntaba por qué se había cometido esa injusticia con los suyos.
Mientras sus amigos y familia charlaban sobre cosas del Polo como la temperatura del agua, el estado del hielo o la pesca del día; él siempre sacaba su inquietud a conversación pero nunca conseguía respuestas, no era una preocupación para los demás.
No era infeliz siendo pingüino, pero se moría de envidia cada vez que veía algún albatros surcando el cielo.
Un día, mientras paseaba con su gracioso caminar encontró un pájaro posado sobre el frío suelo y como buenamente pudo corrió hasta donde se encontraba, iba decidido a pedirle lecciones de vuelo.
Llegó a su lado y se presentó, de la emoción disparó la pregunta sin que el otro ave pudiese haber abierto el pico siquiera, "¿podrías enseñarme a volar?"
El otro pájaro rio suavemente y se pronunció al fin: -Encantado, soy un charrán. Me encantaría poder enseñarte lo que me pides, pero es imposible por dos cosas, la primera es que eres un pingüino, podrías batir con toda la fuerza del mundo tus aletas y no conseguirías elevarte lo más mínimo; la segunda es que tengo un ala rota, yo tampoco puedo volar ya, todos los míos han migrado y no he podido seguirlos.
-Pero entonces...- comenzó a decir el pingüino.
-Sí -sentenció el charrán- son cosas que pasan.
Al pingüino le cambió la cara, sus ojos tornaron vidriosos y se llenaron de compasión mientras en sus adentros crecía la consciencia de su metedura de pata a la par que la culpabilidad.
El charrán percatándose de lo que por la cabeza de su interlocutor pasaba continuó hablando.
-Verás pingüinito, la vida es así, no elegimos lo que nos pasa al igual que tú no elegiste ser pingüino. Puedes hacer muchas cosas, a decir verdad siempre he envidiado como buceáis. Incluso podrías hacer un vuelo adaptado. He visto a otros hacerlo, has de buscar una pendiente de hielo que finalice en precipicio, si te deslizas por ella en el momento que caigas al agua sentirás como si volaras.
El pingüino sólo pudo pronunciar "eres muy sabio".
El charrán sonrió -he vivido y viajado mucho ya, ahora deberías irte, es tarde y estoy muy cansado...
-Será la última vez que te vea, ¿no?- dijo con tristeza el pingüino
-Sí, lo será, pero espero vernos mucho en tus recuerdos.
-Cada vez que vuele pensaré en ti.
Así cumplió su promesa, cada una de las muchísimas veces que se dejó caer al agua se acordaba de aquel pájaro, no sólo le había enseñado a volar, también aprendió a vivir con lo que le tocó, adaptándo a ello sus deseos.

luns, 3 de agosto de 2015

Carta abierta a mi EM

Hola compañera, en todo este tiempo he manifestado muchas veces lo que siento, lo sabes de sobra. Lo he pensado en mi cabeza, donde tú habitas, y sé que tú escuchas mi silencio.
Hace ahora un año comenzamos a coincidir mucho, estábamos destinadas a conocernos a fondo. Llegó entonces el día de la presentación, reconozco que tu nombre me hizo temblar más de lo que habías conseguido hacerme temblar hasta ese momento. Tras una invasión de pánico, llegó la aclaración; me hablaron en profundidad de ti, me explicaron tu forma de ser, me dieron las pautas para tratar contigo. Te encogieron, pero para mí seguías siendo muy grande y oscura.
Nos fuimos para casa, los gritabas a todas horas así que tu nombre y apellido retumbaban en mi cabeza, la que ahora tengo que considerar nuestra. Podía notar como te ibas durmiendo, estaba comprobando que no eras el gigantesco monstruo que parecías y cada vez tus alaridos sonaban más bajo. Fui aprendiendo a convivir contigo mientras vivo MI vida, esto sí que no lo comparto contigo por mucho que salgas de la parcela craneal.
Muchas veces aún me metes algo de respeto, pero ya no pánico, hace tiempo que se acabó tener a diario pesadillas contigo y al despertarme ver que sigues ahí (Pesadilla en EM street).
Durante toda nuestra historia sabes que has conseguido amargarme momentos en los que al final te sonreía, eres esa eficaz dura maestra a la que siempre acabas agradeciéndole la lección que has aprendido.
Me he hecho a la idea de que vamos a estar juntas lo que nos queda de MI vida, te he domesticado, y bien sabes que eres responsable de lo que domesticas (ves, si yo fuese El Principito tú serías mi zorra). Lo curioso es que ya no me imagino la vida sin ti.
No te voy a decir que me gustas, estaría mintiendo, pero sí te doy las gracias por muchas cosas; te odiaré siempre que te muevas, pero si no lo haces me pasarás desapercibida.
Si algún día decidieras marcharte, por mí no mires atrás, pero no te lleves contigo la sabiduría que aportas, es el alquiler que te pido.
Hasta aquí noquerida compañera, tengo la sensación de que te ha gustado, ha llegado a tus oídos como una nana. Descansa mucho.

mércores, 29 de xullo de 2015

Terrores y no repetir errores

Está siendo horrible, estos días siento mucho la enfermedad, lo suficiente para que el miedo me haya dado un toque en el hombro y al darme la vuelta me haya asustado aún más, veo como la tierra se eleva ligeramente, como si un pequeño tallo fuese a salir de ahí.
Es normal tener miedo, tan normal como inútil en mi caso, por lo que esta vez lo estoy gestionando de otra manera, si es lo que no quiero que sea, es y punto.
Tengo al neurólogo ya avisado, bastante más tiempo tardé en dar el paso la vez anterior.
He dejado de pensar en los síntomas cuando no tengo los síntomas, si hacen mucho ruido los oiré de todas todas, no pienso bajar la música y poner atención para escucharlos.
Me he consentido tener hoy el día de bajón con la promesa de que mañana es otro día y aprovecharé el buen tiempo que viene. Puede que me gane hoy una batalla, pero esta guerra es muy larga y no pienso perder la ventaja que le llevo.
No se puede huir de los problemas, menos de los que habitan dentro de ti, pero muchas veces si no les haces todo el caso que quieren son ellos los que se marchan.

domingo, 26 de xullo de 2015

De la pesadilla al sueño

Galicia se está dedicando a alternar días de calor en los que te sientes un pollo asado girando empalado con días de frío y nublados; lo que en mi cuerpo se traduce como que todos son malos.
Esta mañana al levantarme he notado el entumecimiento de las rodillas y las 9 horas de sueño parecían 3. Apetecía salir de la cama y tirarse en el sofá, pero una vez más mis ganas de hacer cosas rompieron la cuerda con la que la EM pretendía amarrarme.
Volví al sitio donde hace más o menos un año todo comenzaba, Monteferro.
El paseo por el que 12 meses atrás mi padre me tenía que dar la mano para superar los desniveles creados por raíces y piedras hoy parecía un camino de baldosas amarillas aún teniendo las piernas bastante bobas.
Estaba cansada y sin embargo he vuelto llena de energía tras ver que sigo siendo la que manda. El lugar donde comenzó la pesadilla (allí mismo fue donde mi señor padre me sugirió-obligó a ir al médico) hoy ha vuelto a ser un dulce sueño con olor a eucalipto que me ha enchido de orgullo al demostrarme que si quiero, poniéndole ganas, puedo.
Agradecer a esas personas que tal vez no canten bien, ni sean capaces de regatear a un defensa pero se han convertido en auténticos ídolos y ejemplos a imitar por el hecho de levantarse cada mañana con ganas de comerse el mundo y conseguir devorarlo, ya sea corriendo, nadando, caminando o barriendo su casa; cada uno tiene sus límites pero siempre luchan por cruzarlos.

xoves, 16 de xullo de 2015

Siempre contigo

La perfecta sintonía de estar donde, cuando y con quien quieres.
No siempre sucede, tienes cosas que hacer en algún sitio que no te gusta o a esa hora tienes obligaciones, pero hay alguien que siempre estará contigo, tú mismo.
Eres esa persona que te entiende perfectamente, que sabe qué y cómo sientes en todo momento, que no se irá en los reveses y gozará contigo los buenos momentos, que te recordará los segundos y te secará las lágrimas en los primeros.
Hay que quererse, hay que gustarse, hay que ser conscientes de todo lo que hacemos por nosotros mismos e incluso valorar como algo positivo lo que muchas veces hacemos por los demás (personalmente siempre me gustó la gente solidaria, por eso me gusto cada vez que hago una buena acción)
Apreciarme y valorarme es otra de esas cosas que me dio la enfermedad, y hay que ver lo bien que sienta.
Aunque esto pueda sonar vanidoso, reconozco que soy una persona a la que admiraría, o que por lo menos valoraría como se merece el esfuerzo que hace por nadar a contracorriente.
Logro sonreír en momentos dignos de llanto, saco valor de debajo de las piedras si hace falta y no tiro la toalla en la pelea por normalizar mi vida. Me siento orgullosa de mí misma, sensación indescriptible para mí hasta 2014.
Es por eso que cuando tengo un día "ploff" pienso en quién y cómo soy, y me alegra tenerme a mi lado, porque (pese a todos los que me rodean y ayudan) realmente seré la que me dé el empujoncito final para alegrar ese día.
Pocas son las cosas que mejoran estar en sintonía con uno mismo, y aunque para muchos sea algo que parece muy distante (algunos cogen un atajo y aún se pasan 40 pueblos) es un lugar al que hay que llegar sea como sea para estar siempre con quien queremos estar.
El consejo que doy para esto es que "lo hermoso del desierto es que en algún lugar esconde un pozo" por eso debemos buscarlo, y con lo bien que nos conocemos no ha de ser difícil de encontrar.

xoves, 9 de xullo de 2015

Estrellas que saben reír

La enfermedad es mía, yo la padezco, yo noto el cansancio, es a mí a quien le duelen los ojos, son mis piernas las que flaquean, es mi equilibrio el que falla, son mis fuerzas las que se desvanecen a lo largo del día, es mi brazo izquierdo la pista por la que de se celebra una maratón de hormigas, es mi mente la que se espesa; pero no la sufro yo sola y me arriesgaría a decir que no soy la que más la sufre.
Sé que hay personas más preocupadas por mi examen de esta tarde que yo misma, que celebra cada buena noticia como las recuperaciones de los brotes o los "hoy estoy genial" como si fuesen ellos quienes están bien, que aunque sea indirectamente a través de lo que escribo en el blog se reconforten viendo que soy la optimista payasa de siempre pero más fuerte; gente que se levantó de la silla para que yo me sentara, que me tendió la mano en escaleras sin barandilla, que me dijo: "deja que te lo hago yo" en algún momento de debilidad, que tal vez pasado mucho tiempo tras deducir que algo pasaba se preocupó y me preguntó que qué tal estaba.
Y con esas personas, con vosotros, estoy en deuda, letras que voy e iré abonando religiosamente siendo yo misma, que al fin y al cabo es lo que llevó a que suceda lo mentado en el párrafo anterior.
Sois los que me dieron fuerzas en los malos momentos, los que me recordaron que vale la pena luchar, los que me impidieron tirar la toalla, los que me ayudarán a levantarme si me caigo (con EM esto es literal y metafórico).
Somos como somos por las personas con quien estamos, compartimos alegrías y penas, por lo que para ser agradecidos en los momentos de repartir lo segundo debemos pelear para entregarles mucho de lo primero.
Siempre nos anima ver que alguien que nos importa está feliz; si esa persona viviese en una estrella, cada vez que se riera sería como si todas las estrellas se estuviesen riendo, todos poseemos estrellas que saben reír y por eso todos debemos reírnos en alguna para alegrar los cielos de los demás

mércores, 1 de xullo de 2015

Paradas en el camino

El optimismo en algunos casos no es un estado voluntario, de no ser optimista hoy por hoy mi vida consistiría en 16 horas de sofá y 8 de cama al día, de las cuales me pasaría más de la mitad llorando.
Lo que tenga que pasar en un futuro, pasará, sea negro o multicolor, pero que su oscuridad no te ensombrezca los pasos. Vivir constantemente pensando en el futuro es como andar con la vista al frente, nos perdemos un camino lleno de cosas preciosas por el que pasear y poder pararse en cada una de ellas, disfrutarlas; peor todavía si nos dirigimos hacia algo que no nos gusta nada y que incluso tememos, ya no será que nos perdamos el sendero, sino que lo tendremos que hacer en penumbra.
No sé cómo va a ser mi 2020, nadie sabe cómo será el suyo, puedo ponerme en lo peor y esperar angustiada a que llegue algo que no deseo y que resulte que en esa fecha nada haya cambiado, el balance me sale a 4 años y medio de preocupación constante, vivir todo ese tiempo como en la sala de espera del dentista.
Soy optimista porque tengo que serlo, porque me hace apreciar más cada parada que hago, porque me gusta cada uno de los pasos que doy, porque aún el día de más fatiga de la historia este camino no me cansa.
Es tanto lo que me queda por pasear que no pienso hacerlo por la sombra, donde aún encima es más fácil tropezar en los obstáculos.

martes, 16 de xuño de 2015

La suerte la elegimos

Tenemos la suerte que queramos tener, os lo dice la chica que se empezó a sentir afortunada tras el diagnóstico de una enfermedad crónica sin cura.
Hay dos maneras de afrontar las situaciones que se nos ponen delante, por las buenas o por las malas, estoy en condiciones de asegurar que empeñándote en hundirte en tu propia mierda no se soluciona nada, y en mi caso por las buenas tampoco, pero como que se lleva mejor.
Tal vez mi cambio de chip llegó al sentir que había tocado fondo y sólo podía ir hacia arriba, tras dos horas seguidas llorando hasta que se me quedó el cuerpo sin más lágrimas que poder echar y pensé "siguen sin venir a decirme que me he curado, vamos a hacerlo de otra forma". Espero que no tengáis que llegar a esos extremos para sentiros agradecidos y afortunados.
Claro está que lo fácil es quejarse, lamentarse día a día de tus desgracias y optar por vivir un drama, pero a mí me llama lo complicado, buscar siempre motivos para sonreír y mirar el lado bueno de las cosas, con esfuerzo todo se consigue.
En estos 8 meses he conocido a personas que padecen lo mismo; personas que han tenido menos suerte y hasta que le pusieron nombre a lo que les pasaba tuvieron que desfilar por diversas consultas de especialistas, ¿yo me voy a quejar?; personas cuyos brotes son mucho más agresivos, ¿yo me voy a quejar?; y ya por último, lo que sin duda es mi trébol de 4 hojas, personas cuyos amigos dejaron de lado, ¿yo me voy a quejar?
En mi caso lo cómodo sería pensar tengo una enfermedad que afecta al 0,1% con la que no sé cómo me voy a despertar mañana, ni siquiera si me voy a poder levantar de la cama. Pero yo prefiero verlo como padezco una enfermedad que no está pudiendo conmigo y soy bastante más fuerte que muchos de mis seres queridos como para afrontarla, para celebrarlo me voy a dar un paseo, que de momento mis "malas patas" funcionan de maravilla.
Si pese a esto seguís queriendo pensar que vuestra vida es terrible adelante, pero entended que somos muchos a los que vuestros problemas nos resultan ridículos.

mércores, 3 de xuño de 2015

The show must go on

Siempre dije que de ser un espectáculo, mi vida sería una comedia. No sólo por las cosas que me pasan/busco que me pasen, que se las traen, sino porque soy incapaz de no tildar con un comentario gracioso a mi parecer cualquier situación que se me plantea; eso cuando no la convierto a toda ella en un chiste en sí.
De repente, un día en el que ya casi habías agotado todas las gracias acerca de la situación que vivías, te dicen que a partir de ahora vas a tener que compartir el protagonismo de tu función, y no precisamente con una buena actriz, más bien con alguien enchufado por el director, prefiriendo pensar que es su sobrina o algo así.
No es una buena comedianta, su estilo tira más al melodrama, no vamos a encajar, y tampoco os creáis que se merezca un premio en su género.
A priori sólo conseguirá empeorar la pieza, pero te resignas y accedes a actuar con ella.
Te paras a pensar y caes en la cuenta de que aunque no la puedas dirigir, ni tan siquiera protagonizar en solitario, lo que se va a representar es TU OBRA, se hará como tú quieras. Por mucho que la "estrella invitada" se haya hecho parte del elenco principal nunca podrá convertir tu comedia en un drama, cuando lo intente ahí estaré yo para añadir el toque de humor y retomar el hilo argumental: la felicidad, la alegría; la risa.
He decidido continuar con mi espectáculo, "The show must go on", nada puede hacer que mi gran virtud característica, el sentido del humor,no me haga deslumbrar sobre el escenario, o intentarlo al menos, que aquí nadie ha hablado de asuntos cualitativos.
Son los aplausos que me llegan al oído en forma de risa los que impiden que pueda llegar a cambiar mi forma de ser, y agradezco mucho que se me haga fidelizar con mi estilo. Yo me debo a mi público.

My make-up may be flaking
 but my smile still stays on.

martes, 26 de maio de 2015

Lo que tEMgo

27 de mayo, día mundial de la EM.
Toca explicar qué es la esclerosis múltiple, procuraré que sea de una manera clara y sencilla, que no todos lleváis muchos años, demasiados, en una carrera de sanitario:
Todo comienza en el sistema inmune, el famoso encargado de protegernos del que tanto nos habla Lola Herrera, que un día y sin que se sepa aún por qué, decide atacar al sistema nervioso (en "Érase una vez el cuerpo humano" el equivalente serían las naves espaciales tripuladas por un señor bajito, pelirrojo de prominente nariz colorada).
En el sistema nervioso lo que atacan es una sustancia llamada mielina, que es una cubierta de grasa (bien podían comer la de otro lado) que protege los nervios como si del plástico de un cable se tratase, de ahí que cuando mi cerebro manda una orden, la señal llegue mal.
Cursa por brotes, es decir, normalmente la sintomatología está ahí a causa de las cicatrices que deja en el sistema nervioso, pero en ocasiones (cuando el sistema inmune se pone bravo) los síntomas empeoran notablemente.
Algunos síntomas, los más comunes, de la enfermedad son: descoordinación de movimientos, falta de equilibrio, ceguera, visión doble, incontinencia, hormigueos, lo que yo llamo "electrificación", que es algo así como sentir que si un tiranosaurio de Jurassic Park se acerca a tus piernas se cae frito, y la terrible fatiga, que es levantarse cansada y que todavía vaya a más a lo largo del día.
Como os podéis imaginar, nuestra vida no es un camino de rosas, y aunque lo fuese lo más seguro es que nos acabásemos desviando, pero pese a parecer débiles somos más fuertes de lo que incluso nosotros podíamos imaginar.
Las ganas de seguir adelante son las alas cuando nos cuesta caminar.

mércores, 20 de maio de 2015

Los días buenos

Hacen falta días malos para valorar los buenos. Hacen falta días buenos para luchar por ellos en los malos.
Llevo días caminando como un ternero recién parido, sufriendo y pidiendo una mano para bajar las escaleras sin pasamanos cual dama de alta alcurnia y con un dolor de los que te vuelve creyente por momentos (y no precisamente por pedirle a Dios un favor).
Ha llegado a mi esclerótica vida el segundo brote, ¡ni medio año de descanso me ha dado!
Pese a tener todos los ingredientes para ser un mal día, yo estaba feliz. Tengo en posesión el corticoide que desayunaré estos días y me devolverá la "vida normal" de hace un mes, me ha bastado recordar los días buenos para recuperar la sonrisa, y por contagio, se ha convertido en uno de ellos.
Dicen que todo depende del cristal con el que se mire, no es así. Si no hay luz no ves nada. Entonces entran los primeros rayos de sol, con forma de familia y amigos, de pensar "he estado peor y quedado como nueva", de ver fotos de momentos maravillosos en los que mi vida ya tenía la enfermedad como coprotagonista, y algo en mí ha sacado fuerzas para abrir la persiana y dejar que el sol ilumine de nuevo todo, y ha sido entonces cuando los cristales rosas han vuelto a funcionar.
Tal vez no sea tan simple y se deba a que tengo el cerebro "roído", pero si funciona aprovechemos.

                   Y cuando te hayas consolado (uno siempre termina por consolarse) te alegrarás de haberme conocido