sábado, 31 de decembro de 2016

Las principitas

Por todos es conocido el cuento de la princesa y el guisante, pero ahora voy a contar la historia de otra princesa, antagónica por completo, y sin parecerlo princesa de pies a cabeza.
Tal vez una breve descripción de su delicado físico nos ayude a encajarla mejor en la característica fragilidad de los de sangre azul. Tez pálida en la que destacan unos colorados pómulos, coronados estos con dos ojos de un color tan difícil de explicar como hermoso, como si un gris se hubiese mezclado mal con un verde, como si una aurora boreal en un día nublado iluminara el cielo. Nariz rematada a la perfección, acompañando a unos carnosos labios rosados. Pequeña y delicada parece; pero su aspecto no es más que una bonita fachada.
No dice nada, muchas veces ni cuando se le pregunta cómo ha pasado esa noche, pues ella aguanta el dolor callada. Y es que si la versión clásica hablaba de la incomodidad experimentada por una princesa hacia un guisante escondido bajo una cuantiosa pila de colchones;  en este caso es una fina capa de espuma la que separa a nuestra protagonista de un pedregoso somier; castigo impuesto años atrás por una desconocida realmente muy conocida, maldición sin capacidades de reversión, una vitalicia absurda condena. Cantos rodados, guijarros, otras afiladas como cuchillos, grava esparcida… una verdadera tortura. Y así, noche tras noche, se acuesta nuestra princesa sin dejar que su sonrisa se pierda, resistiendo las adversidades impuestas, sin molestar, callada como ella es para según qué cosas…
Algo cambió el día que descubrió que no solamente a ella se le había impuesto una tortura semejante, sino que habían tocado una de las pocas cosas que consideraba que debía cuidar y proteger con su vida, la que para ella siempre sería su princesita particular, alguien que llevaba tanto tiempo con ella que consideraba que era parte de su ser, alguien que consiguió ponerse en su piel cuando una maldición transformó también su cama. La benjamina del palacio había sido maldecida también, y fue más doloroso que todas las noches maldormidas hasta entonces.
La pequeña no se callaba, protestaba, se enfadaba, se pasaba el día quejándose… hasta que se dio cuenta de que nada iba a cambiar y buscó una inexistente solución para ambas.
No, sin duda era imposible, por más piedras que sacaran de las camas siempre acababan multiplicándose, y entonces decidieron dejar de pelear contra los problemas, no era una lucha que pudieran ganar, pero sí comprendieron el término resiliencia, no podían hacer nada con las piedras, pero sí podían ampararse más de ellas.
Pasaron días paseando por campos y prados, recolectando flores con las que poder llenar más los colchones y proteger sus aparentemente frágiles espaldas, curtidas realmente de tanto reposar sobre los escarpados lechos.
Y así fue como las dos dejaron de sufrir tanto a las noches, más acomodadas se encontraban en sus nuevos colchones, sin conseguir nunca la plenitud del confort, pero sabiendo que de ser necesario siempre podrían pasar la noche durmiendo juntas, comprendiéndose la una a la otra, entendiéndose, empujándose, tendiéndose una mano para ayudarse e, incluso de ser necesario, recolectando flores para la otra el día que una no pueda salir.
Porque si algo caracteriza a la dinastía de nuestra historia, es el amor que sienten la una por la otra, las alegrías y tristezas que comparten y la necesidad de sentir que la otra se está riendo; tanto si duermen en cuartos contiguos como si lo hacen separadas con tierras y mares mediante, o con millones de años luz entre sus respectivas estrellas.

venres, 11 de novembro de 2016

La cría de cocodrilo

Una pequeña brecha se hizo visible en el pequeño y solitario huevo blanco. Había llovido mucho, por lo que el suelo estaba enfangado cuando una patita consiguió fragmentar por completo el cascarón que protegía a la cría de cocodrilo, a partir de aquella abertura no le resultó difícil acabar de eclosionar el huevo para salir de él y conocer a sus hermanos, con los que esperaría a que su madre viniese a buscarlos para llevarlos al agua uno a uno bien protegidos en su inmensa boca. Pero la primera sorpresa de su vida fue ver que era el único allí, “quizá haya tardado demasiado y mamá ya se los habrá ido llevando a todos, en breves vendrá a por mí” decía para si mismo al tiempo que se desalentaba al ver que los de su huevo eran los únicos restos de cáscara que por allí había. Esperó y esperó, pero nadie venía a buscarlo. La necesidad de llegar al agua se hacía cada vez más fuerte; comenzaba a notar la deshidratación, pero el temor a los depredadores lo mantenía paralizado. Sus lágrimas pese a ser de cocodrilo eran reales y justificadas, materializaban un dolor existente, el de la soledad y el miedo. Llegó el momento en el que sintió que si no echaba a reptar, el lugar que lo había visto nacer podría contemplar también el fin de su corta vida; así que se las arreglaría como fuese, pero llegaría al agua.

No fue un camino fácil, el barro resbalaba y sus pequeñas patas semejaban no tener la fuerza suficiente para desplazarse por él. Los socavones eran francamente complicados, lo dejaban en una situación en la que tendría que duplicar la fuerza que hacía para salir de ellos y poder continuar hasta llegar al agua. Cada ruido que escuchaba tras de sí era una tortura, pues no se podía sacar de la cabeza que algún hambriento y gigantesco animal lo había seleccionado como merienda para ese día. Pero finalmente llegó al río, al agua que representaba tan bien lo que era la vida que quería, la de ser feliz haciendo lo que le gustaba, nadar.

Pasaba el tiempo y el pequeño cocodrilo iba creciendo a medida que éste transcurría, tanto en tamaño como en experiencia en los problemas cotidianos en el río. Nunca olvidaría el angustioso camino que recorrió hasta llegar allí y ser feliz, por eso fue que en cuanto escuchó un gimoteo que le resultaba familiar fue sin dudarlo hasta el foco del que provenía el sonido. Le resultaba conocido, pues ya había pasado por aquello. Efectivamente al acercarse se encontró a una pequeña cría de cocodrilo llorando sobre el cascarón que acababa de romper. Las lágrimas verdaderas y la soledad a su alrededor lo hicieron rememorar, esta cría debía ser un caso como el suyo, un huevo extraviado de su nido, un pequeño ser carente de la ayuda necesaria para llegar al agua. No podía torcer la cara ante aquella situación, no podía permitir que estando en su mano alguien viviera el calvario que supuso para él llegar al río.

-“Tranquilo pequeño; voy a ser sincero, estás tú solo y así será como llegarás al río, nadie va a venir a buscarte, pero llegarás, con mi ayuda llegarás”

El pequeño recién nacido lo miraba sorprendido, no le causaba pavor, pues identificaba que eran de la misma especie, y realmente su tamaño no era excesivo, se notaba que todavía era bastante joven.

“Yo te ayudaré con pequeños empujones cuando los necesites, me encantaría poder llevarte hasta el agua protegido entre mis dientes, pero ya ves que soy poco más grande que tú. Yo pasé por lo mismo, también nací de un huevo que estaba fuera del nido, pero mírame ahora, conseguí llegar al río y me he hecho más grande, ya verás lo divertido que es aquello, lo bonito que es vivir allí. Has de emprender camino cuanto antes; si empezamos ya, pronto podrás disfrutar de la vida en el río, así que no tenemos tiempo que perder”

La cría ni lo dudó un segundo y con sus endebles patas comenzó a caminar, o intentarlo, por el lodo que embadurnaba los alrededores del río. Lo hacía muy bien, se dejaba asesorar totalmente por la voz de la experiencia y no se preocupaba si se cansaba demasiado, pues cuando eso sucedía el morro de su nuevo compañero le daba el empujoncito que necesitaba para continuar hacia delante.

Finalmente y superando las adversidades ambos llegaron al río; y allí la cría sólo podía pensar “lo que me hubiese perdido de haberme rendido y no pelear por llegar hasta aquí” y la experiencia le hizo pensar, que en cuanto un llanto pusiese sonido a otras verdaderas lágrimas de cocodrilo, acudiría sin dudarlo.

venres, 21 de outubro de 2016

BiEMio

Aún no se me ha olvidado el dolor del golpe, eso es lo que le diría a la chica que desconsoladamente llora en la cama de su habitación del hospital, a la que le acaban de decir que tiene esclerosis múltiple, a mi yo de hace hoy dos años.
Me encantaría poder estar allí conmigo misma, acariciar mis por aquel entonces entumecidas piernas mientras me explico que esa incómoda sensación desaparecerá, que podrá y deberá volver a hacer deporte, que no se deberá conformar con lo que parece el tope de la mejoría, pues cada vez que crea alcanzarlo descubrirá que existe aún más margen.
En aquellos momentos no relucía ni el más mínimo ápice de la alegría que nos caracterizaba, alegría que fue retornando gradualmente hasta alcanzar límites desconocidos. Esa chica no sabe que lo que ahora parece la anunciación de una condena en vida no es más que un abrupto punto de inflexión hacia una manera de vivir diferente; una vida en la que las alegrías despejarán soplando las nubes que ahora ensombrecen su visión, donde las sonrisas enjugarán las lágrimas que los próximos meses rodarán por sus mejillas llevándose consigo el dolor que materializan, en la que conocerá y seguirá los pasos de superhéroes que no portan capa y antifaz, pero sí impresionantes historias de superación a sus espaldas.
Comienza otra vida pero con memoria histórica en la que no olvidará jamás ese fatídico 21 de octubre de 2014 que la hará sacar su lado más humano y empático, obligándole a tender una mano a todo aquel que experimente lo que ella misma sintió aquel día. Se convertirá en la persona fuerte y valiente que ni tan siquiera imaginó que sería.
Pau; al cabo de 2 años la esclerosis seguirá contigo, pero te juro que nunca hemos sido tan felices. Ahora estás escuchando los golpes que muchas puertas están dando a medida que se cierran bruscamente, pero encontrarás ventanas, trampillas y pasadizos que te llevarán al otro lado si le pones las ganas necesarias. A día de hoy sigo muy orgullosa de cómo has encajado el golpe, de la voluntad que pusiste en mantenerte erguida para que nada ni nadie de tu alrededor se desmoronase , de tu insistencia en llevar con humor todo esto, de cómo poco a poco te has convertido en lo que hoy somos.
Todavía te queda mucho por llorar, pero créeme cuando te digo que llegará el día en el que todo ese dolor pintará una sonrisa en tu cara.
Porque tú tenías una vida feliz hasta el momento, pero a partir de ahora tendrás otra vida feliz.

domingo, 31 de xullo de 2016

No te pares VI: la belleza del mundo

Ni aquellas gafas de rosas cristales podían arreglar aquella situación. Naturaleza basta, muerta y oscura; habitada únicamente por indeseables alimañas de seis patas como mínimo; suelo sucio, lleno de desniveles causados por raíces y hojas sin vida, enfangado y resbaladizo.
Resultaba desagradable pasar por ahí, pero había caminado demasiado ya por la senda que la dirigió hasta ese lugar y la vuelta atrás resultaría tediosa. Por eso que cuando el paisaje comenzó a cambiar, en su cabeza para sí misma sólo pensaba “mejorará” y así durante largos tramos; pero no, la realidad era que no mejoraba sino que empeoraba por mucho que en su cabeza tratara de autoengañarse. El redundante mejorará era mentira, empezaba a darse cuenta de ello y por ese motivo repicaba mucho menos en sus adentros la palabra; había llegado el momento en el que iría todo a peor.
Debía seguir como fuera ya que pararse nunca, por desolador que fuese todo. En cada paso que propina siente como se le hunden los pies en el barro; pisando con mucha inseguridad por todo lo que pueda hacerla tropezar. Alguna vez había besado el suelo, por lo que el barro se extendía más allá de los pies, llegando incluso a su cara y su lacia melena. Está siendo muy difícil y el cansancio la acompaña, pero prosigue, sacando fuerzas de donde no las hay, desfilando cada vez más lenta, apática y desganada. Y, de repente, a lo lejos, consigue ver una luz blanca, como si un pequeño ángel se hubiese posado sobre aquel suelo, incentivándola a apurar el paso. Se acercó y vislumbró de qué se trataba. Era una hermosa flor de loto de color blanco, con pequeños destellos de un rosa muy pálido. Belleza concentrada, inmejorable, perfecta. En aquel momento así lo era para ella. La hizo recordar todas las cosas hermosas que por su vida han pasado; lugares, personas, caricias, historias, sonidos, colores, construcciones, besos, aromas, risas, canciones, atardeceres, gestos, dibujos, detalles, abrazos, cuadros, libros, sabores, estrelladas noches, recuerdos, melodías. Todo. Desde la más efímera estrella fugaz al perpetuo escenario sobre el que ésta había destellado. Todo lo hermoso que conocía pasó por su cabeza, haciéndola consciente una vez más de lo bella que puede ser la vida de mil maneras posibles, que los recuerdos han de ser creados a partir de exponer los sentidos a ello; que si algo tan impecable como aquella flor había podido nacer y crecer allí, no se debe perder la esperanza de que la luz pueda iluminar la más lúgubre de las situaciones. Con la fotografía mental hecha continuó más aprisa; los obstáculos no importaban, caerse le preocupaba menos porque sabía que se podía levantar, y paso a paso, obviando su alrededor, continuó trotando. Pasado un tiempo se dio cuenta de lo estable que había tornado aquel terreno, el cambio se había producido tan gradualmente que había pasado desapercibido, al igual que el color y espesura del fango sobre y bajo sus pies, más claro, más semejante a esa fuente de vida que es el agua, a esa creadora de muchos de los paisajes que por su mente pasaron retratando el concepto de hermosura.
La cosa había mejorado, increíblemente, lo había hecho. Y continuó con su ya sonrisa habitual, feliz como el cascabel que parece sonar a cada paso que da, deseando descubrir más de esos detalles que hacen que el mundo sea un precioso lugar en el que morar.
                                           
                                     …continuará…

mércores, 15 de xuño de 2016

No te pares V- La sirenita de acero

Tras seguir la corriente del río, al fin había llegado a lo más bello que sus ojos jamás habían visto, a donde el sonido más relajaba, el lugar donde el olor a salitre resultaba embriagador e incluso podía paladearse, había alcanzado, siguiendo la ribera del río, su desembocadura; había llegado al mar. Emocionada por aquello no dudó en lanzarse a él, necesitaba sentir como la envolvía. Para su sorpresa, en el mismo instante de la zambullida sintió dolor, como si cientos de miles de alfileres se clavaran en sus piernas. Salió de allí rápidamente y se resguardó subiéndose a una roca. ¿Cómo podía ser aquello? ¿Cómo, el mar que tanto amaba, podía estar hiriéndola de esa manera?
El disgusto era patente en su cara, y allí se quedó un rato disfrutándolo con el resto de sus sentidos, pero sin atreverse a tocarlo.
Se pronunció una voz desconocida con un “hola” y nadando por el borde de aquella roca en la que se encontraba apareció una sonriente muchacha.
-He visto lo que te ha pasado, conozco esa sensación.
-Hola- dijo con un tono algo desalentador- ha sido horrible. Me siento traicionada.
-Sé cómo te sientes, yo también sentí lo mismo la primera vez que eso sucedió. Pero no hay dolor capaz de sacarme del agua, fuera de aquí es todo más complicado; es de otro tipo, pero también dolor al fin y al cabo.
Pudo ver que aquella chica no se mantenía a flote usando sus piernas, sino que su tronco continuaba con una cola que movía acompasadamente. No era la clásica cola de sirena que acostumbramos imaginar; no, estaba hecha de acero, semejaba el casco de un barco que sin duda había vivido tiempos mejores y algún temporal había conseguido mellar levemente.
-¡Eres una sirena!- exclamó sorprendida.
-Realmente no, no lo soy…. Verás, yo no nací así. Pero sí que es cierto que apenas conservo recuerdos previos a que esta cola fuera forjada a bordo de un barco llamado el San Martín. No siempre fue como la ves ahora, era hermosísima, pero los años han pasado excesivamente rápido por ella.
-A mí me sigue pareciendo hermosa; y sin duda fuerte, muy fuerte. Se ve que está hecha con el mismo acero que se usa para fabricar barcos.
La sirenita cambió su sonrisa, ya que en ningún momento ésta había desaparecido de su cara, digamos que tornó a una sonrisa melancólica.-Eso era justo lo que me decían durante las primeras “andanzas” con ella. Por eso no he renunciado a ella jamás, ni en los peores temporales, ni tras haber sufrido golpes y heridas, ni tras sentir el peor de los dolores, porque eso sería renunciar a mi verdadera pasión; no puedo sacar de mi vida lo que realmente me la da, ni puedo pretender ser yo fuera del ambiente donde me encuentro siempre conmigo misma. El dolor físico es superable, el de corazón no.
Ni se lo pensó, se lanzó al agua con el poco estilo para ello que la caracterizaba.
-No pienses, disfruta.-dijo la sirena.
Y así lo hizo. Así se reconcilió con el agua.
Fue bastante el tiempo que pasaron juntas, nadando felices y charlando. Se acercaba el ocaso y sabían que tocaba que cada una volviera al lugar que le correspondía, una iría al fondo del mar y la otra a tierra firme para descansar. Se despidieron fundiéndose en un fuerte abrazo.
-Gracias, muchas gracias- le dijo, ahora sonriendo ella- me acordaré de este momento y de tus palabras cada vez que sienta el dolor que me pueda provocar el agua.
-Recuerda siempre que la pasión es el mejor analgésico que puede existir, que no hay dolor que no puedas soportar si estás justo donde siempre quisiste estar.-Tras estas palabras se sumergió en el agua y pudo verse por última vez su aleta, su preciosa y fuerte aleta.


…..Continuará…..

martes, 29 de marzo de 2016

No te pares iv: el perro nube

Se había enfadado, aquella vida la estaba amargando; tener que escapar continuamente de algo que sin razón la perseguía, algo que ni tan siquiera era corpóreo como para poder dirigir su ira.
Se sentó sobre una piedra y rompió a llorar, con fuerza, con ganas e innegablemente con motivo.
Sentada y encogida sobre sí misma buscaba consuelo donde era imposible encontrarlo.
Sus manos le cubrían los ojos cuando notó como algo se posaba suavemente sobre una de sus rodillas. No se asustó en el momento, pues había sido con suma delicadeza. Al despejar las manos de la vista y ya con los ojos enjugados pudo ver que allí posado estaba el hocico de un perro con pelo blanco, de aspecto mullido. Como si una nube se hubiera quedado enganchada a la cima de una montaña y un trocito hubiese bajado por la ladera.
Al cruzarse sus miradas el perro comenzó a mover la cola en señal de alegría.
-Hola- dijo ella mientras lo acariciaba entre las orejas que algo había levantado al oír su voz.
Se sorprendió al no obtener respuesta, estaba acostumbrada a los atentados contra la lógica tras todos los vividos.
Poco tiempo más se quedaron como estaban. Levantó su cabeza y con un leve ladrido indicó que quería que lo siguiera. Así hizo ella. Se pusieron en marcha y como ella sospechaba, sin dirección.
Pasaron días caminando juntos, ella había observado que en su cuerpo lucía más de una cicatriz y que desde luego no era un cachorro. De hecho eran muchas las veces que terminaba el día con él en brazos buscando un lugar cómodo para dormir.
Los paseos eran amenos, aunque él se pasaba el rato parándose a olerlo todo, cosa que ella no soportaba, pero tampoco lo dejaba atrás, no se quería separar de aquel animal, así que un "vamos" salía automáticamente de su boca cada vez que olisqueaba algo.
-No hay prisa si no vas a ningún lado- respondió el perro un día, dejando sorprendidísima a la interlocutora.
-¡Puedes hablar!- afirmó efusivamente pero medio interrogando.
-Te has ganado mi confianza. Un perro viejo como yo ha vivido mucho... y lo he pasado muy mal, he conocido muchas casas, las calles e incluso la perrera. Aunque he vivido feliz los últimos años, por suerte fui adoptado por una familia que me quiso mucho, hasta he tenido hermanas.
-Y entonces, ¿por qué te has escapado de ahí? -Preguntó ella intrigada por lo que le contaba.
-Verás, como bien imaginaste cuando me conociste, formo parte de una nube, a la que he de volver ahora que ya tengo cierta edad. Me ha encantado conocerte, y comprobar otra vez que guardar odio y rencor a la vida de poco o nada sirve...
-Espera- interrumpió -¿me estás diciendo que te vas a marchar?¿Que no continuarás el camino conmigo? -Cuestionó con tristeza.
-Me temo que así es; pero he cumplido mi misión, cuando te conocí estabas llorando, triste y enfadada. Te he demostrado que así no se puede llegar lejos.
Tenía razón, había conseguido devolverla a su camino.
-Pero ahora te irás, y me pondré triste de nuevo.
-Pero tú ahora ya sabes que de nada servirá. Nos echaremos de menos, porque nos queremos. Pero lo que hemos aprendido el uno del otro no quedará solo en un recuerdo, permanecerá para siempre formando parte de nuestras conciencias. Siempre formaremos una pequeña parte el uno del otro.
Pasaron pocos días más y apareció la montaña por la que el perro debía seguir en solitario su camino.
-Es aquí -dijo.
Ella no pudo abrir la boca para despedirse, pues en el momento que lo hiciera las lágrimas volverían a sus ojos y su voz se quebraría.
Lo acarició por última vez y le dedicó una sonrisa triste, él aprovechando que ella estaba agachada, volvió a apoyar su hocico sobre su rodilla, acabando todo tal y como había comenzado. Se dio la vuelta y comenzó a subir por el sendero marcado.
Ella se quedó allí, viéndolo partir con su mirada empapada y una lección grabada a fuego.
Hasta pudo ver como se fusionaba con la nube, descansando sobre aquella enorme manta azul.
Y allí estaba ella, sabiendo que el dolor la acompañaría, pero que aquello no era motivo para no continuar.
...continuará...


Dedicado a Tulkas. Espero que el cariño que te llevas sea todo el que aquí falta.

xoves, 25 de febreiro de 2016

No te pares III: La telaraña

La parada fue obligatoria, no fue que sus energías se hubiesen desvanecido y mucho menos sus ánimos; pero aquella obra de arte era digna de ser admirada. Una espesísima telaraña cubría los huecos entre cuatro árboles.
Cientos de arañas se paseaban por ella, por suerte aquellas gafas hacía que parecieran unos entrañables animalitos de 8 patas, con brillantes ojos y aspecto de peluche; mejor no sacarse aquellas lentes pues sabía que sin ellas aquella escena resultaría de todo menos agradable.
Se podían escuchar los murmullos de aquellos arácnidos y al acercarse más consiguió atender a sus conversaciones, eran unos temas muy poco interesantes, el sabor de aquellas moscas, distintos tipos de puntos y el puenting que algunas estaban practicando.
En el último árbol unido por aquella madeja se podía ver como una de ellas saltaba al que aún no había sido tejido, y volvía, y retornaba al de origen, y volvía al que próximamente sería incluido en aquella colección. Aquella araña era la artífice de la obra, y la curiosidad es la curiosidad, vio necesario informarse de lo que allí acontecía.
-Buenas tardes-saludó.
-Buenas tardes, pero estoy muy ocupada, no puedo hablar ahora- respondió apuradamente.
-Oh, es sólo una pregunta… ¿a qué es debido este corte en el camino?
-Es evidente que para atrapar moscas y alimentarme, ¿te crees que sólo tejemos para darle un aspecto fantasmagórico a vuestras casas o que se note que os gusta menos la escoba que a nosotras los insecticidas?- respondió tajante y con tono malhumorado-
Cortada quedó la muchacha ante semejante respuesta.
-Pero… ¿no van a ser muchas moscas para ti?- con voz dulce, amable y pacificadora lanzó esta pregunta.
-Pues evidentemente sí, pero es que en el mundo no estoy yo sola, los míos también necesitan moscas. Y vete ya, que me estás distrayendo.
-¿Me estás diciendo que tejes para toda esa recua?
-Alguien tiene que hacerlo…- dijo medio suspirando.
-Pero, ¿es que ellas no pueden?
-Algunas no, a otras es que no les gusta y he sido incapaz de decirles que no…- cuatro lágrimas empezaron a caer de cuatro de sus ojos.
Agarró a aquella araña (ojalá las gafas mejoraran también el sentido del tacto) y ella revolviéndose agitaba cuatro puños a la vez. –¡Maldita seas! Suéltame estúpida bípeda.- Sin lugar a dudas carácter le sobraba.
-Soy más grande que tú, te guste o no me vas a escuchar. No puedes hacer siempre lo que los demás quieran, mírate, estás exhausta. Claro que deberás ayudar a quien lo necesite, en la medida de tus posibilidades, pero no puedes consentir que recaiga sobre ti tamaña responsabilidad. Mira para ahí, tus compañeras están divirtiéndose, charlando y jugando. Recuerda siempre que lo primero eres tú, tu telaraña y tus moscas. De ahí en adelante lo que quieras para ayudar a los demás, pero también tienes derecho a catar un buen moscardón y lanzarte de la red abajo, que es lo que he concluido que os encanta hacer. Hay tiempo para todo, si entre todas las que podéis colaboráis no os faltarán moscas a ninguna.
                Aquel insecto tenía sus ocho ojos más abiertos que nunca, en todos los sentidos.
                -Ahora me falta decírselo a las demás…- se notó la cobardía en su tono.
                -Tranquila que de eso me encargo yo.- Le dijo mientras la soltaba de sus dedos pulgar e índice para posarla sobre la palma de su mano- ¡Atención!- dijo esto último levantando el tono para reclamar el caso de las demás- Vuestra amiga está cansada, no puede continuar tejiendo ella sola, necesita también divertirse como vosotras, y creo que no me equivoco si digo que entre todas las que sois podréis continuar la obra que ella ha comenzado.
                Se escucharon murmullos del tipo “claro que sí” y “si se lo he dicho mil veces”.
                -Ahora la voy a dejar aquí, para que se entretenga con algo que no sea trabajo, así que algunas deberíais ir al último árbol a continuar lo que ella ya ha comenzado- rápidamente se movieron muchas de ellas a la zona de labor.
                -Muchas gracias chica- dijo con una voz totalmente diferente a la empleada en su presentación.
                -No hay de qué, recuerda siempre que no podemos anteponer nada a nuestro bienestar, si se puede ayudar pues bien; pero cuando no se puede no debes agobiarte tú por ello.
                -Me gustaría hacer algo por ti- dijo.
                Se dejó caer desde su mano hasta sus pies, y comenzó a dar vueltas alrededor de ellos, en un periquete tenía puestos unos calcetines.
                -Llevaba un rato viéndote las magulladuras en los pies, y en esto sí que te podía ayudar. No me gustaría que te fueras sin un recuerdo de mí.
                Se sonrieron con complicidad y mientras una trepaba por la telaraña, la otra echó a andar con sus pies protegidos para el camino que debía continuar.   


                                                                         …continuará…

luns, 18 de xaneiro de 2016

Insomnio, nervios y reflexiones

Se tumbó sobre la arena y pronto comenzó a notar como la ascendente marea rozaba las plantas de sus pies, como el mar que era su vida la iba atrapando. El ritmo no cesaba ni era lento, la masa marina la iba empapando. Sus piernas hacía tiempo que estaban totalmente sumergidas, por su cabeza seguía ascendiendo el agua. Le cubrió los oídos, ya no sólo escuchaba el mar rompiendo en la tierra, con sus orejas ya bajo el agua podía oír el ruido que generaba la arena y los guijarros moviéndose a merced de la marea. Llegó el momento en el que el agua cubrió sus ojos, impidiendo ver con nitidez la gigantesca cúpula que la cubría, ahora ya decorada con una enorme perla brillante capaz de emitir destellos que quedaban adheridos sobre el tapiz de terciopelo negro que era aquella noche. De los agujeros de su nariz había salido la primera burbuja cuando pudo escuchar un sonido distinto, no era creado por la resaca, venía de fuera, de arriba. Aquello sonaba como si quinientos millones de cascabeles estuvieran siendo agitados. El celestial sonido hizo que la incorporación fuera inmediata ;podía escuchar y ver mejor aquellas estrellas, podía escuchar las risas que emitían todas y cada una de ellas; aunque tal vez solo fuese una la que realmente estaba alegre. Se vio en la obligación de reír también, en la de permanecer siempre con la sonrisa en la cara, en la de no dejar que aquel mar que era su vida la hundiese por completo.